¿A dónde vamos? (Reflexiones útiles para tiempos de pandemia)
Comenzaré por el final. Si queremos salir mejor de esta crisis y evitar otra estafa, por un lado, debemos exigir al Estado que ponga en marcha todas las medidas que ayuden a la gente; y por otro, debemos fortalecer las redes comunitarias que nos permiten transicionar hacia un sistema que ponga la vida en el centro y no conlleve más desigualdades, deuda y precariedad. Los bienes comunes, los derechos sociales y las condiciones para una vida digna deben estar al frente de nuestros objetivos colectivos.
Apple, Google, Microsoft, Amazon, Facebook, Exxon, Toyota, BP, Volkswagen, Coca-Cola, Samsung, McDonald’s, Disney, Nike o Goldman Sachs son algunas de las empresas multinacionales más poderosas del mundo. Los buques insignia del negocio español son Santander, BBVA, Repsol, Telefónica, ACS, Iberdrola, Inditex o La Caixa.
“A dónde va el capitalismo español” de Pedro Ramiro y Erika González es un libro imprescindible para comprender el momento histórico que estamos viviendo. Traficantes de Sueños edita estas 200 páginas a finales del año 2019, para ayudarnos a analizar en qué terreno nos movemos en materia económica, socio-laboral y ecológica. Aquí va mi reseña, larguica, para animaros a leer el libro entero.
Se divide en tres partes perfectamente estructuradas. En la primera, los autores (investigadores del poder corporativo) nos acercan a las empresas transnacionales en el capitalismo global. No hace falta ser un lumbreras para comprender que las grandes empresas transaccionales que dominan el mundo buscan aumentar sus beneficios. Y para ello, ayer y hoy, necesitan disminuir sus costes laborales y fiscales, conseguir materias primas a bajo precio, normativas que les sean favorables, ganancias en nuevos sectores y nichos de mercado, aunque haga falta especular y acaparar excedentes. Esto básicamente ha sido así en los últimos 150 años, desde la Revolución Industrial que trajo la electricidad y los motores de vapor.
Muchas de las empresas multinacionales de hoy provienen de finales del S.XIX, cuando comenzaron los oligopolios en sectores como los hidrocarburos, la minería, la industria y las finanzas. El acceso al petróleo abundante y barato ha sido crucial en esta expansión brutal de la economía, que nunca ha tenido en cuenta los límites materiales del planeta.
Desde el primer momento, el capital industrial y el capital bancario han ido de la mano para conseguir ayudas y apoyos estatales, en una combinación perversa de corrupción, fraude y violencia, con numerosos y dramáticos conflictos sociales y ambientales, en una pugna permanente entre los Derechos Humanos y los beneficios millonarios para unos pocos.
El S.XX fue el siglo de la hegemonía de EEUU, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial. La revolución verde trajo la agricultura industrializada, el éxodo de la gente de los pueblos a las grandes ciudades, así como las grandes infraestructuras del transporte, la fabricación fordista en serie y la sociedad del consumo.
Paralelamente nacen y se consolidan algunas instituciones económicas no elegidas democráticamente, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OMC o el Banco Central Europeo, imprescindibles para fragilizar los mecanismos de control democrático y potenciar los negocios en otros países y la concentración oligopólica de los sectores estratégicos en muy pocas manos. Es muy importante comprender la financiarización de la economía global y la ingeniería financiera que permite que hoy en día las transacciones económicas que se realizan a diario son 35 veces superiores a la producción de bienes y servicios. Las recetas neoliberales han impuesto la privatización de la democracia y el derrumbe del Estado social, con tratados comerciales internacionales que superan las soberanía populares y fijan un entramado jurídico enmarañado que impone las reglas austericidas del juego, de las que es muy difícil legislar a nivel local o nacional. Sin un cambio global, es casi imposible salirse de las perversas reglas del mercado.
Así, privatizaciones, desregulaciones, despidos, merma de derechos laborales, sociales y ambientales, son el día a día de millones de personas por todo el planeta, en beneficio de unas empresas multinacionales que, a la par, se han esforzado para legitimarse socialmente mediante publicidad, marketing, lobbies y think tanks que han construido estilos de vida, la cultura de los propietarios y los lavados de cara.
El camino ha sido abonado para cosechar exenciones de impuestos, paraísos fiscales, créditos blancos, subvenciones, contratos millonarios, privatizaciones, corrupción… caiga quien caiga, incluso derrocando gobiernos democráticos como hemos visto en la historia reciente de América Latina.
Cuando la burbuja inmobiliaria pinchó en 2008, se socializaron las pérdidas en forma de rescate a las corporaciones financieras. La Comisión Europea llegó a inyectar hasta 747.000 millones de euros, que se dice pronto, multiplicando la deuda de los Estados.
Hoy estamos en un escenario de precariedad generalizada, pérdida de derechos, crisis ecológica y formas depredadoras de acumulación de riqueza para unos pocos.
El segundo capítulo del libro se centra en la evolución del capitalismo español. El Palco del Bernabeu en un partido del Real Madrid es buen lugar para ver quién manda aquí. El “capitalismo de amiguetes” ha mantenido siempre juntos a los propietarios del capital y los dirigentes políticos, desde mediados del S.XIX cuando nacieron los Bancos Bilbao y Santander, hasta hoy. El apoyo del Estado ha sido imprescindible para el beneficio de estos millonarios.
En España, el proceso de expansión de los negocios de las grandes empresas se resume en cuatro etapas: La dictadura franquista y su “desarrollismo”; los Pactos de la Moncloa y privatizaciones de las principales empresas públicas; el boom inmobiliario y financiero junto a las reformas económicas impuestas por la entrada en la Unión Europea; y finalmente el estallido de la crisis financiera y declive (en el que estamos).
En muchos casos, con las mismas dinastías de familias controlando los negocios: Entrecanales, Benjumea, Del Pino, Koplowitz, Riu y Barceló, Botín, etc. El hombre más rico de la España de 1936, Juan March, financió el golpe de Estado de Franco junto a otros grandes empresarios, que se dedicaron a aplastar las luchas obreras.
En la primera parte del franquismo, hasta 1959, el Instituto Nacional de Industria lideró una autarquía para controlar sectores estratégicos como los hidrocarburos, las telecomunicaciones, el trabajo o el transporte. A partir de 1959, el “milagro español” se nutrió de la inversión extranjera y la liberalización del mercado interno, entorno a la industria, la construcción y el turismo.
Con la Transición y los Pactos de la Moncloa se continuó con lo esencial y los mismos poderes y familias siguieron mandando en lo importante. El Gobierno se dedicó a controlar la inflación, los aumentos salariales y la conflictividad social, mientras se impedía una reforma fiscal redistributiva para seguir favoreciendo a los intereses de las grandes empresas.
La cultura del pelotazo se extiende en Gobiernos del PSOE y del PP, con un rosario de escándalos financieros y casos de corrupción.
Entre 1985 y 1992 se reestructuró el sector público mediante privatizaciones y la llegada de capitales extranjeros hacia inversiones bursátiles y el sector inmobiliario, hacia una concentración empresarial tremenda y una constante de “políticos giratorios”. Juan Carlos de Borbón es pieza importante para firmar contratos en Oriente Medio con Villar Mir y favorecer ese proyecto de país que beneficiaba a las élites.
La década de los 90 trae más privatizaciones para reducir el déficit fiscal y la deuda pública. El sector público se adelgaza mientras se acompaña a las grandes compañías a su salto internacional, sobre todo hacia el “segundo desembarco” español en América Latina y conlleva represión y destrucción ambiental, privatizaciones, despidos masivos, devaluación de salarios, precariedad, subcontrataciones, discriminación de las mujeres y vulneración de derechos sindicales.
El objetivo de esos años es ganar tamaño mediante la expansión internacional. Esto se hace gracias a una “política de Estado” que llega hasta el S.XXI.
En el último capítulo del libro se detalla el actual ciclo de declive. La ingeniería fiscal permite balances aparentemente saneados que han justificado la enorme campaña mediática de “la recuperación de la senda del crecimiento”. Un optimismo infundado, dado el estancamiento que augura un contexto complicado a medio plazo.
En 2008 se produjo la mayor quiebra empresarial de la historia de España y trajo el primer paquete de reformas para un primer plan de coche neoliberal, que Rajoy siguió con el recorte de 15.000 millones de euros en inversión pública, la reforma de las pensiones y el abaratamiento de los despidos. La reforma del artículo 135 de la Constitución fue la gota que colmó el vaso para imponer unas reglas del juego que anteponen los intereses de los mercados financieros a la salud de la gente.
El número de multimillonarios en España se ha multiplicado por tres en la última década, pero hoy el Estado ingresa la mitad de la tributación de las empresas que en la época de la burbuja inmobiliaria. Sólo en 2013 hubo 120.000 trabajadores despedidos en empresas del Ibex35, mientras sus accionistas recibían un 33% más de dividendos.
Tras la Marca España se esconde un gigantesco programa de adquisición de activos por parte del Banco Central Europeo, que desde 2015 compra bonos, títulos de deuda pública y privada, inyecta liquidez al sistema financiero y reduce los tipos de interés. La atracción de capitales extranjeros es una obsesión, como hemos visto con proyectos fallidos como Eurovegas en Madrid o Gran Scala en Aragón.
Han logrado reactivar el boom inmobiliario mediante el negocio de los pisos turísticos y el aumento desorbitado de los precios de los alquileres. El fondo estadounidense Blackstone es el mayor casero de España, con 30.000 viviendas en su poder. Y esto se ha hecho, una vez más, con la complicidad estatal y las perversas reglas del juego del capitalismo financiero mundial.
El capitalismo del siglo XXI está en plena crisis estructural, por su estancamiento, deuda y desigualdad. Los límites biofísicos del planeta dificultan encontrar nuevos nichos materiales. Les queda la cuarta revolución industrial, la robotización y el big data, tras la cual hay otra vuelta de tuerca para la centralización y concentración empresarial. Pero la automatización y digitalización de la economía, aunque tiene una pata de desmaterialización y aumento de la eficiencia en algunos procesos, precisa también de materiales minero-energéticos poco accesibles y finitos.
Estamos en plena guerra comercial entre las grandes potencias geopolíticas (Estados Unidos, China, Unión Europea…), en un contexto de desafección democrática y alejamiento de la ciudadanía respecto a los centros reales del poder, una madeja de tratados internacionales que pisotea las leyes democráticas y un escenario de cambio climático.
Afortunadamente el libro termina con una parte importante de alternativas, de resistencias y nuevos conflictos entre el capital y la vida. En los últimos tiempos han surgido, junto a la acción sindical, nuevos actores sociales afectados por los embites del mercado (pobreza energética, hipotecas, kellys, riders, luchas obreras, defensa de la tierra y el agua, 8M, jóvenes por el clima…). Los autores apuestan por reforzar las lógicas contrahegemónicas a nivel local, regional y global, para evitar sumarnos a las agendas de los poderes financieros, que te engulle en negociaciones asimétricas hacia resultados vacíos y poco precisos.
Hoy en día, el ecosocialismo, decrecimiento, buen vivir y ecofeminismo se plasman en laboratorios de experiencias en donde la colectividad, la cooperación, la igualdad y la sostenibilidad de la vida son las señas de identidad de la actividad económica: empresas recuperadas, circuitos cortos de comercialización, cooperativas, finanzas solidarias, autoconsumo de renovables, viviendas comunitarias, mercados sociales…. Son algunos de los procesos que nos deben ayudar a transición hacia otro sistema, aumentando la escala, creando redes más amplias y desconectando del mercado capitalista sin perder identidad, legitimidad y coherencia.
Me sumo a este desafío con más ganas y alegría que nunca. La pandemia del coronavirus nos reafirma en el blindaje de la sanidad pública y los bienes comunes. Nos muestra que somos vulnerables y debemos cuidarnos. Y también que es imprescindible un cambio económico importante, democrático y alternativo, que ponga a las personas en el centro. Necesitamos una economía que se centre en las tareas productivas y reproductivas que nos hacen más felices. Sabemos cuáles son: salud, alimentación, educación, cultura, vivienda, cuidados, movilidad, etc. No seamos mercancías en manos de especuladores y banqueros, ayudemos a trabajadores, autónomos y pymes, personas precarias y con muchas cargas de trabajo. Sabemos cómo hacerlo y debemos esforzarnos para conseguirlo.
Os animo a leer este libro, anteriores lecturas que he reseñado y otras de Silvia Federici, David Harvey, Ramón Fernández Durán, Luis González o Yayo Herrero (por citar sólo algunas).