“Un mundo que agoniza” de Miguel Delibes

Miguel Delibes ingresó en 1975 en la Real Academia Española de la Lengua, con un discurso en el que criticó el progreso que destruye la naturaleza. En 1979 publicó este libro en el que comparte, con sencillez y contundencia, su desesperanza ante un capitalismo que aplasta las formas de vida que él plasmó en sus novelas.

Cuando cogí prestado este libro de la Biblioteca Frida Kahlo sabía que sacaría aspectos vigentes en la actualidad. Pero no tantos. El pensamiento de Delibes no solo son críticas actuales, escritas hace 50 años, sino que en algunos casos son adelantadas y presagian lo que hoy evidenciamos y vivimos.

“La máquina, por un error de medida, ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón”. Delibes critica “un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional”, “pretendidamente progresista pero de una mezquindad irrisoria”, que nos lleva a “estar más junto pero no más próximos”. “El hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia”.

Algunos de sus personajes en “El camino”, “La hoja roja”, “Diario de un cazador” o “El disputado voto del señor Cayo” (entre otros libros) fueron “solitarios a su pesar”, porque “este progreso los rechaza a ellos”. Cuando rechazan la técnica y la ciudad es porque esa “torpe idea de progreso, para empezar, ha dejado su pueblo deshabitado”. Por eso “buscan asideros estables y creen encontrarlos en la Naturaleza”. Delibes defiende la importancia de lo rural, del lenguaje, del paisaje y del paisanaje. “Hemos matado la cultura campesina pero no la hemos sustituido por nada noble”. Frente al éxodo rural y la masificación de un “desarrollo desintegrador y deshumanizador”, Delibes enaltece a quienes resisten en los pueblos, como “último reducto de individualismo” que se opone al gregarismo.

“El dinero se antepone a todo”. La ambición de poder, de los de arriba, nos despoja “del deseo de participar en la organización de la comunidad” y nos lleva a “frustraciones en cadena” y a caer en “la abyección y la egolatría”. En el plano internacional, Delibes señala el “equilibrio del terror” por la tensión guerrera y armamentística, “el miedo como garantía de supervivencia”, así como la técnica perfeccionada para el control social y la anulación de los individuos en unas “masas amorfas, sumisas, fácilmente controlables desde el poder concentrado en unas pocas manos”, “incapacitados para pensar por su cuenta” y “encomendando al Estado-Padre hasta las más pequeñas responsabilidades comunitarias”.

La “pasión dominadora” lleva al uso y abuso de la Naturaleza, con un afán de crecimiento ilimitado que Delibes cuestiona porque “todo cuanto sea conservar el medio es progresar; todo lo que signifique alterarlo esencialmente, es retroceder”. Se trata, pues, de no dejar huella.

Delibes acierta en anticipar que “la irresponsable voracidad del consumo” conlleva el fin de la extracción de las reservas de minerales o petróleo, recursos vitales para la economía. Apunta al dispendio y a “este alegre y despreocupado derroche” que “ha bebido en un siglo una riqueza que tardó 600 millones de años en formarse”. Al mismo tiempo, Delibes plantea algo importantísimo: “¿qué razones morales podrán aducir los países industrializados para vetar el noble afán de los países necesitados para salir de un hambre de siglos?”. Desde mi punto de vista, esta es una cuestión clave en el momento actual, que expreso también con mis propias palabras: ¿Cómo se va a decir, desde los países industrializados a los más pobres, que no tienen derecho a desarrollarse como quieran, tras décadas de colonialismo y saqueo de sus recursos? Delibes plantea, para el caso de la pesca, “una ordenación internacional” que empuje a la acción y no solo a la retórica a la hora de reconocer la contaminación que causa serios problemas en la salud humana. En palabras de Erich Fromm, “para conseguir una economía sana hemos producido millones de hombres enfermos”. Frente a lo que Delibes incide en que “las iniciativas aisladas significan poca cosa”, “todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo” porque “nuestro planeta se salvará entero o se hundirá entero”. Concluye en que “falta una autoridad universal” para un “programa restaurador” y “una sociedad estable”.

Delibes se apeó de este progreso competitivo “donde impera la ley del más fuerte, dejará ineludiblemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles” y que afrontó con pesimismo e incluso el mal llamado catastrofismo. Pero también con esperanza, la de la juventud, una generación nueva (de la que humildemente yo me siento parte) que intentamos “ensanchar la conciencia moral universal”. Delibes propone “racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos y establecer las relaciones Hombre-Naturaleza en un plano de concordia”. Suscribo cada una de sus palabras. Lean a Delibes, por favor.

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