Petrocalipsis de Antonio Turiel

Este es un libro excelente sobre energía, pero… ¡Atención, spoiler! Nuestro problema real no es la energía, sino el capitalismo.

Antonio Turiel es autor del blog “The Oil Crash”, que sigo hace años. Turiel es científico, físico y matemático del CSIC. Este es un libro científico y (lo dice uno “de letras”), comprensible, pedagógico y accesible. ¡Gracias, Antonio, por ello!

“Petrocalipsis”, editado por Alfabeto, es un análisis riguroso y crudo de nuestra realidad energética y, por tanto, social y económica. Estoy seguro que a personas que no estáis muy implicadas en el ecologismo social, este libro os va a ayudar a abrir los ojos.

Con retranca, Turiel dice que no cree que su libro lo lea ningún ministro o líder político. Aquí, aunque chicorrón y humilde, escribe uno, y os animo con pasión a leer estas 200 páginas, porque necesitamos una reflexión profundo y análisis complejos para afrontar los retos globales que tenemos por delante.

Turiel reconoce que su libro es del “No”, de muchos “Noes”. En parte, sí, pero no solo. Por eso comencé a leerlo por el final. Sin embargo, en esta larga reseña seguiré el orden de sus capítulos. En el prólogo anticipa que “nuestro sistema económico necesita el crecimiento para funcionar” y el crecimiento depende directamente de la energía disponible. Las fuentes de energía y algunos materiales ya comienzan a escasear, por lo que el crecimiento capitalista no va a ser posible y no saldremos de esta crisis hasta abandonar el capitalismo y ordenar la sociedad de otra manera. ¿Estas afirmaciones son “catastrofistas”? Son verdades que Turiel analiza con detenimiento y rigurosidad.

Turiel reserva un capítulo para cada fuente de energía. Comienza con el petróleo (crudo convencional y no convencional), que hoy en día consumimos en unos 93 millones de barriles diarios. Desmitifica el fracking o fractura hidráulica, extremadamente costosa, una ruina a nivel económico y cuyo frenesí estadounidense ya está en claro declive. Sigue con los petróleos extrapesados de Canadá y Venezuela, bituminosos, densos y viscosos, que también generan enormes problemas ambientales y son otra ruina económica. Continúa con el petróleo en alta mar, yacimientos en plataformas continentales de Brasil y Angola, caros, peligrosos, con vida útil muy breve y poco o nada rentables. Mención aparte para la inicial exploración del Ártico, más dificultosa aún y en condiciones ambientales durísimas.

Sobre los agrocombustibles o líquidos de origen vegetal con un 20% menos de poder energético que los combustibles fósiles, explica otro negocio ruinoso, mantenido durante unos años a base de subvenciones. El bioetanol del maíz de Estados Unidos, el biodiésel de la soja de Argentina, el bioetanol de la caña de azúcar de Brasil o el aceite de palma de Indonesia y Malasia son profundamente insostenibles y generan más problemas que beneficios, en un planeta en el que cientos de millones de personas pasan hambre. Los biocombustibles de segunda generación (fracción celulósica de vegetales o algas marinas) también tienen rendimientos energéticos muy bajos.

El gas natural, a diferencia de todos los anteriores, continúa creciendo y su pico aún tardará unos pocos años en llegar. Su manejo, al ser un gas, es complicado en gasoductos y buques metaneros, y en la actualidad su suministro continuado no está asegurado por factores geopolíticos en Irán, Arabia Saudita, Rusia o Argelia (del que se nutre España) y podría escasear en próximos años.

Las reservas de carbón podrían durar dos siglos más, como mínimo. Ya sabemos que la quema de carbón genera enormes emisiones de CO2 y dióxido de azufre (y la temible lluvia ácida), además de la devastación de amplias superficies de territorio. China e India están apostando fuerte por el carbón y la contaminación del aire de amplias zonas de esos países es tremenda y provoca millones de muertos y numerosos problemas de salud. Estados Unidos y Alemania también siguen con las térmicas de carbón, industria que sigue dependiente del diésel para el transporte en camiones. El carbón de coque, necesario para la producción de acero, se produce sobre todo en Australia y su pico es también cercano. En España hay reservas estratégicas de carbón, que podrían usarse en caso de emergencia.

La energía nuclear, a pesar de toda la propaganda del sector, tiene bajo rendimiento energético y se mantiene por las subvenciones de los Estados en su construcción, mantenimiento y protocolos de seguridad. Sólo se recupera la inversión al acabar su vida útil, pero nunca internaliza los costes del desmantelamiento de las centrales nucleares ni la gestión de los residuos. De los 115 reactores nucleares que han dejado de usarse en el mundo, sólo 17 se han desmantelado por completo y sólo 1 ha incluido los residuos. Además de la fuerte oposición que genera por sus enormes riesgos, también escasea el uranio. Con respecto a nuevas promesas tecnológicas relacionadas con reactores de IV generación, el autor es claro en que no son verosímiles. La nuclear es más pasado que futuro.

La energía hidroeléctrica es la más importante de las renovables, el 6% de toda la energía primaria del mundo. Es fiable y regulable, afecta a los ríos, ecosistemas, muros enormes de presas, riesgos de emergencia y otros problemas que bien conocemos en Aragón. Aunque aún se proyectan grandes pantanos, no parece que vaya a ser más relevante de lo que ya es, con los cambios en las precipitaciones y la colmatación de los pantanos.

Turiel es crítico con las renovables en auge. Sobre las eólicas, señala el principio de interferencia entre generadores y el debate abierto sobre el potencial eólico al que podemos llegar. Pero sobre todo apunta en la dependencia de los combustibles fósiles para levantar esos enormes molinos de cemento y acero, reparaciones costosas y costes de desmantelamiento que tampoco se tienen en cuenta. Con respecto a la eólica marina, aún es más costosa que la terrestre.

El problema no es de electricidad, sino de transporte e industria. En España somos excedentarios de electricidad, con 108GW, por lo que frente a este sobre abastecimiento eléctrico, las placas fotovoltaicas tampoco parecen una solución global. Turiel considera esta tecnología renovable como la de más problemas y peor rendimiento, porque los huertos solares tienen un rendimiento energético pírrico por el coste de los soportes y mantenimiento, rendimiento que sí es mayor en las instalaciones domésticas en viviendas unifamiliares. También apunta el cuasi monopolio que ya tiene China en la fabricación de paneles solares, la huella de carbono que supone traerlo todo de ahí y la dependencia de un material como la plata (también necesario para móviles y ordenadores) que podría agotarse en 20 años.

Turiel reserva un capítulo del libro a otros sistemas de energía renovables (geotérmica, mareomotriz, undimotriz y solar de concentración) y otras menos conocidas en estudio (geomagnetismo, potencial gravitatorio de las rocas, electrolítico de las raíces de las plantas, rayos, evotranspiración…) sin que haya ningún hallazgo científico de relevancia.

Por último, analiza el hidrógeno, que no es una fuente de energía porque no proporciona nuevas cantidades, pero que podría ser útil en casos concretos y muy planificados, para darnos un “vector energético”, es decir, aprovechar los excedentes de la producción eléctrica renovable. Si bien es un elemento muy fugaz, altamente inflamable y poco versátil.

Antes de sus conclusiones (en positivo), Turiel reflexiona sobre ahorro y eficiencia de la energía. Algo que es imposible en un sistema capitalista que siempre busca usar la energía en lo que sea, para que siga el crecimiento (y aumente el PIB). Su tesis es que la energía es la precursora de la actividad económica y que sin energía, vienen contracciones hagas lo que hagas. Es decir, que deberíamos centrar nuestros esfuerzos en superar el actual sistema económico, el capitalismo, y comenzar a tomar medidas de racionamiento de la energía, porque la cantidad de energía disponible cada año va a ser menor.

Llegados a este punto, el capítulo 16 me ha parecido acertadísimo. En él razona contra las pseudociencias y las estafas, abonadas en el clima de desconfianza que algunos extienden por el mundo. Para ello, nos explica los conceptos básicos de la física, con los tres principios de la termodinámica: “la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma”; “siempre que intentemos aprovechar una fuente de energía para hacer algo, una parte de esa energía inevitablemente se perderá en forma de calor”; y “la única manera de transformar perfectamente la energía en trabajo útil es a temperatura igual al cero absoluto”. Es decir, que cuando en Internet un inventor o conspiranoico nos venda el último secreto en su garaje, está mintiendo para estafarnos con sus quimeras sin ninguna base científica.

Sobre el coche eléctrico, Turiel comparte una interesantísima reflexión. Explica por qué no se podrá generalizar para todo el mundo, porque será caro, con poca autonomía, baterías muy limitadas y dificultades enormes para recargar a nivel masivo, por lo que considera que las subvenciones al coche eléctrico, sin una debida planificación de sus futuros usos, son una transferencia de dinero de pobres a ricos. Para que fueran viables los vehículos eléctricos necesitamos una enorme coordinación para que sean viables.

Como ya constarás, este libro es político. Frente al antropoceno y el cambio global en el que ya estamos, la polución atmosférica y millones de muertes que genera, la polución del agua potable, el pésimo estado de salud del mar, la pérdida de tierras fértiles, la nefasta gestión de residuos, el abuso de pesticidas y la pérdida de biodiversidad, la propagación y aparición de nuevas enfermedades… la vida humana está amenazada. No el planeta, sino nosotros mismos. El cambio climático ya es imparable e incierto, por lo que debemos adaptarnos a él y no agravarlo, para que sus efectos sean lo menos dañinos. Y para ello Turiel insiste en abandonar el capitalismo (corporativo o de Estado, como llama al comunismo de China, por ejemplo) y asumir que tenemos que decrecer. La verdadera sangre de nuestra civilización es el diésel, imprescindible en camiones y furgonetas, y se halla el claro retroceso.

Frente al cortoplacismo del capitalismo, Turiel plantea modificar nuestra estructura económica, productiva y social, para generar empleos y bienestar sin crecimiento. La pandemia del coronavirus ha acelerado este proceso y Turiel acaba en libro en positivo, con propuestas concretas para modificar nuestra manera de relacionarnos con la Tierra: anular la deuda, reformar el sistema financiero, redefinir el dinero hacia monedas locales, fortalecer la gestión municipal con planes de transición locales, preservar los servicios básicos (educación, sanidad, asistencia) y, además, apostar por la reingeniería de productos y máquinas modificados para favorecer el ahorro y la reutilización de materiales, aprovechar bien la energía renovable en función de los ritmos de la naturaleza, cambiar los modelos de propiedad y de uso de las cosas, para que los objetos tengan más personas usuarias y reaprovechar todo lo útil en vertederos.

 

En definitiva, Antonio Turiel nos propone madurar. Nuestros problemas no son técnicos ni científicos, sino sociales y políticos. En nuestra mano está que los cambios sean hacia mejores sistemas democráticos, a medida que el capitalismo se vaya desmoronando, tras estos 200 años de “crecimiento ilimitado” en un planeta finito que no da más de si. Un libro imprescindible.

 

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