“El buen antepasado” de Roman Krznaric

“Si le pidiéramos al típico político de carrera que tomara una importante decisión a doscientos años vista, probablemente se pondría a reír y nos echaría de su despacho”. Doy fe 😉

La editorial Capitán Swing nos regala otro libro estupendo. El politólogo australiano Roman Krznaric nos urge a superar el cortoplacismo patológico en el que está instalada la política y las vidas de muchas personas, para ampliar la mirada hacia el futuro. Se trata de intentar estar orgullosos del legado que estamos dejando a las nietas de nuestras hijas.

El libro me ha gustado mucho. Digamos que me ha explotado la cabeza en algunos aspectos porque, más allá de la ciencia ficción, no solemos pensar en un horizonte más amplio del de nuestra propia vida. ¿Tú has pensado alguna vez en cómo será tu entorno dentro de 100 años y qué estás haciendo para dejarlo lo mejor posible? Yo, desde que nació nuestra hija Lola hace 7 años, bastante más.

“Somos herederos de los regalos del pasado” es la mejor síntesis de la propuesta del autor para “liberarnos de nuestra adicción al presente” y dejar de colonizar el futuro, con la actual depredación del planeta, para el disfrute de muy pocas personas durante muy pocos años. Somos el resultado de 4.000 millones de años de evolución, el sol apenas ha llegado a la mitad de su vida y en apenas unas pocas décadas nos estamos cargando la Tierra. Solo en los últimos 50.000 años han vivido y muerto unos 100.000 millones de personas y hoy unos pocos cientos de miles están desperdiciando recursos, energías y posibilidades para que todas, hoy y mañana, vivamos mejor.

El autor tiene una amplia experiencia del estudio de diferentes campos, lo cual genera un viaje interdisciplinar hacia la justicia intergeneracional y una mejor administración planetaria, en el que hay filosofía moral, antropología, neurociencia, arte conceptual y politología.

“Nada es inevitable hasta que sucede”, defiende el autor. Es decir, que este sistema cortoplacista, capitalista y depredador que todo lo invade (empezando por nuestras mentes), no es infinito. Siempre hay espacio para la esperanza y no son pocos los movimientos que, en los últimos años, desde el ecologismo y la ciencia especialmente, están articulando otras miradas a largo plazo que nos animan a poner en marcha otras políticas que piensen en el futuro que vamos a dejar a nuestros descendientes.

El autor plantea, para empezar, que superemos la adicción a los relojes, la velocidad y las distracciones digitales. A partir de ahí pensemos: “¿Cómo nos recordará la gente del futuro?”, qué hemos hecho por las generaciones futuras y cómo podemos empatizar con ellas para dejarles un buen recuerdo de nosotros mismos. Una vez corregida nuestra miopía colectiva, es la hora de actuar. No son pocas las experiencias sociales que trabajan y luchan por el futuro, sin abandonar las urgencias de nuestro tiempo presente. Porque no se trata de hacer un ejercicio de futurología sin abordar lo que tenemos delante. Se trata, de hecho, de dar los pasos correctos para que el presente sea mejor y, al mismo tiempo, ofrezcamos “un trato justo a la gente del futuro”.

La actual crisis climática nos obliga a tener un “pensamiento catedral” para una planificación democrática, eficaz y a largo plazo. Y ejemplos no nos faltan en la historia de la humanidad: el sistema de alcantarillado londinense, el acueducto de Segovia o la Gran Muralla China son tres de ellos. Pongamos ya en marcha objetivos trascendentales hacia una mayor prosperidad planetaria dentro de los límites naturales. Porque como dijo Séneca “el crecimiento es lento, pero la ruina es rápida” y ya vimos cómo cayó de un plumazo el imperio romano o el azteca.

Roman Krznaric sabe que el camino no es lineal y habrá diferentes rutas interconectadas y en tensión permanente. Él sugiere cambios institucionales, como ya se están dando en algunos países; desafíos radicales que superen las estructuras de poder obsoletas; dejar atrás las lógicas del capitalismo con “rebeldía regenerativa” hacia una economía circular; y una evolución cultural con el desarrollo de otras habilidades humanas y en especial la empatía.

El camino del buen antepasado es un reto colectivo interesante. En el plano teórico me ha encantado y en la parte práctica se me ocurren otras muchas experiencias colectivas para implicarnos, especialmente las rurales, que no riñen con las que ofrece el autor, y complementan ese “actúa local y piensa global” que algunos estamos practicando donde estamos desde que tenemos uso de razón. Este libro ayuda a ese “contagio social” tan importante, así que os animo a leerlo.

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