“Zaragoza. Historias de ida y vuelta” de Miguel Mena

En realidad este no es un libro, al uso, de Miguel Mena. No es una novela suya, como otras que he disfrutado. Es un libro de 52 relatos, los de las vidas de 52 personas que un día marcharon de su pueblo y a los años decidieron volver. Son 52 paisanos de Zaragoza, de uno de los 293 pueblos de nuestra provincia. Y me han emocionado. Muchas de sus historias me han tocado, porque comparten sentimientos muy íntimos, vivenciados, y puntos de vista que me son comunes y denotan el esfuerzo, el riesgo y, sobre todo, el amor que hay por la familia, las raíces y nuestros pueblos.

“Cada uno tiene que encontrar su lugar en el mundo”.

El libro lo ha editado Pregunta, con la Cátedra sobre Despoblación de la Universidad de Zaragoza y la DPZ. Os lo recomiendo. Se lee de un tirón o de 4 en 4 páginas (lo que dura cada relato). Las personas que escriben son diversas, en generaciones y vivencias. Sus pueblos también son muy diferentes. No es lo mismo vivir en una capital de comarca o en un pueblo cerca de un gran municipio, que en un sitio pequeño y más alejado de servicios y gentes.

Encontramos muchas reivindicaciones en común. La primera: el trabajo. Sin oportunidades, propias y para tu pareja y familia, es imposible quedarte en el pueblo. Estas 52 personas demuestran que sí se puede y en ocupaciones muy diversas. Hay agricultores y ganaderos, prou que sí, apicultores, viticultores y trabajadores públicos (maestras, médicos, alguaciles, alcaldes, dinamizadores rurales…), pero también hay arquitectos, joyeras, artistas, consultoras en márquetin, traductores, cocineros, gestores culturales y turísticos, músicos, asesoras de lactancia, dentistas, monitoras de tiempo libre, cristaleros, peluqueras, educadores ambientales, ingenieros, psicólogos, comunicadores de marcas de moda… y un sinfín de profesiones, que son las mismas que puedes encontrar en una gran ciudad.

Segundo asunto recurrente: la importancia de las comunicaciones. Por tierra y por redes. Sin coche, en muchos pueblos pequeños, estás muy limitado. Necesitamos transporte público y buenas carreteras. E internet. Una buena conexión es imprescindible para posibilitar el teletrabajo y conectarte para poder trabajar desde tu pueblo.

Tercer aspecto fundamental: la vivienda. “En un pueblo prácticamente no existe la opción de compartir piso”. Muchísimas de estas personas han rehabilitado y viven en la casa familiar. Otras han encontrado una casa para comprar o para alquilar. Y casi todas mencionan la importancia de disponer de viviendas, de que haya oferta accesible. Muchos jóvenes no pueden emanciparse en su pueblo porque no hay vivienda que puedan pagar.

Queda claro en este libro que para vivir en los pueblos (además de las ya mencionadas), las necesidades son las mismas que en cualquier ciudad: educación y sanidad públicas para todas las personas, tiendas y bares abiertos donde comprar y socializar, actividades sociales y culturales (porque quien piense que en un pueblo no se hace nada, no tiene ni idea), etc.

Y, por último (y de forma resumida), estas personas coinciden en las ganas de vivir en su lugar (aunque hay quien lo vive con altibajos). En muchos relatos, hay una tragedia que provoca la vuelta al pueblo: la muerte de un familiar cercano, la urgencia de hacerse cargo del negocio familiar, una crisis económica, laboral o vital, o la reciente pandemia. Son momentos en los que muchas personas necesitamos tomar decisiones importantes. Y es ahí cuando vemos la oportunidad de cumplir ese deseo de volver al pueblo o, en otros casos, de encontrar ahí ese camino que tal vez nos pueda ayudar hacia unas vidas más felices.

“Volar, viajar, vivir otras vidas y volver. Retornar a tu origen y dibujar un nuevo destino”.

En los pueblos no vivimos tan distinto a como se hace en las ciudades, pero sí hay características singulares y muy positivas: la tranquilidad (esto lo repiten casi todos); el contacto con la naturaleza y con las personas, las de toda la vida y las nuevas pobladoras (“inmigrantes gracias a los cuales hemos prosperado todos”); el arraigo, la vida en comunidad y las relaciones intergeneracionales (“el pueblo es como una gran familia”, “somos pocos pero no nos falta vida social”); esa sensación de que el tiempo lo controlas tú y te cunde más (“En París necesitábamos el doble de tiempo que aquí para actividades como ir al cine”; “El día que me vi a mí mismo subir corriendo por las escaleras mecánicas del metro, decidí que tenía que irme de allí urgentemente”).

“Volver ya no significa fracasar”, escribe Miguel Mena en la introducción del libro. “No se trata de aspirar a cifras u horizontes poblaciones del pasado”, añade en el prólogo Vicente Pinilla, Director de la Cátedra sobre Despoblación. En este sentido, el futuro se ve con optimismo o no, según la evolución de cada lugar y las posibilidad que cada poblador ve. En todo caso, se trata de que las políticas públicas faciliten una elección tan importante como dónde queremos vivir. Y para eso, tenemos que garantizar el mayor bienestar posible, en ciudades y en pueblos.

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