“Caciques y caciquismo en España” de Carmelo Romero Salvador

¿Sabías que Alfonso Guerra tiene el récord de 36 años como diputado en el Congreso? ¿Qué siempre hemos estado lejísimos de la paridad de género en el parlamento y solo en la última década nos acercamos a la igualdad (especialmente en algunos partidos, como Podemos, no así en Vox? ¿Que entre el S.XIX sólo votaban quienes tenían propiedades acreditadas, es decir, una minoría de ricos? ¿Que ha habido familias dedicadas durante décadas a la política, de padres a hijos, con sagas como los Sagasta (que llegó hasta el ministro Miguel Boyer) o los Cánovas del Castillo (que llega hasta la actualidad con Espinosa de los Monteros? ¿Que el primer diputado de origen Obrero fue Pablo Alsina y Rius, elegido en 1869 por Barcelona? ¿Que Francisco Silvela, del partido conservador, tiene el récord de la intervención más larga en el Congreso, con un discurso de 6 horas?

Carmelo Romero ha editado con Los Libros de la Catarata una publicación útil para entender mejor nuestra historia parlamentaria. Es un análisis riguroso de cómo el poder usa las reglas electorales para mantener su status quo e intereses particulares. Explica las desiguales relaciones de poder, clientelismos, paternalismos, favores entre oligarcas, privilegios de las élites, turnismo partidista pactado y pantomima que conllevan una democracia muy limitada.

La confección del censo electoral, el dedazo del gobernador de turno, las dinámicas manipuladoras en el día de las elecciones y la propaganda pagada en medios de comunicación, son algunas de las prácticas habituales para la consecución de parlamentos alejados de la gente corriente, cámaras repletas de nobles, militares y abogados pudientes, pero menos de trabajadores en otros oficios, asunto que en los últimos años estamos logrando cambiar.

Durante estos años, desde 1834 hasta hoy, ha habido unas 50 elecciones en España para elegir unos 15.000 puestos de diputado. Muchísimos políticos profesionales han repetido durante años, algunos durante décadas, especialmente en las filas de los partidos conservadores y liberales. En algunos casos herencias familiares, cambios de provincias para garantizar candidaturas, cuneros… e incluso por el artículo 29 (de la ley de 1907), sin pasar por las urnas. Entre 6 familias (Cánovas, Sagasta, Montero Ríos, Romanones, Silvela y Maura) podrían haber llenado un congreso y medio, ellos solos.

Desde el inicio del parlamentarismo en España, en 1812, ha habido ocho constituciones y diez leyes electorales. Se han corregido algunos errores iniciales y, sobre todo, se han producido modificaciones por los partidos interesados y los cambios de régimen. El único cambio de régimen democrático, consecuencia de unas elecciones, fue el paso de la monarquía borbónica a la república en 1931.

La ley electoral actual es la misma que la de 1977, tras la dictadura franquista, y ratificada en 1985 con mayoría del PSOE. Como sabéis, todas las provincias españolas tienen asignados al menos dos diputados en el Congreso, lo que beneficia a los grandes partidos y provoca la sobrerrepresentación de las provincias con menos habitantes, en detrimento de la proporcionalidad de los escaños según los votos: lo de “una persona, un voto”.

Sobre el Senado, el libro razona con detalle y acierto por qué lo consideramos un cementerio de elefantes políticos y en absoluto una verdadera cámara representativa de los territorios de España. Deberíamos eliminar el Senado, refugio de políticos profesionales y en muchos casos “de salida”, tras fracasos en comicios anteriores, como son Francisco Arenas o Javier Maroto, del PP, numerosos ex Presidentes autonómicos y ex alcaldes, que encuentran ahí su acomodo.

Interesante la reflexión final de Carmelo Romero, en el último capítulo del libro, muy pertinente ahora que celebramos los 10 años del 15M, acerca de las dinámicas en los partidos, cuellos de botella y embudos para la representatividad parlamentaria. Las pugnas para colocarse en los primeros puestos de las listas, los aparatos de muy pocas personas que deciden, la sumisión, los favores, la escasa relación entre electores y representados, los hiperliderazgos… son prácticas comunes en todos los partidos que conozco y que deberíamos dejar atrás para dar paso a una democracia real, con participación directa y acuerdos amplios entre la gente corriente.

¿Recordáis cuando hace unos años enfatizábamos nuestros anhelos de abrir un proceso constituyente? Pues creo que esta reivindicación debemos plantearla con más rasmia, para mejorar las reglas del juego de esta democracia imperfecta.

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