Una semana en las montañas de Cantabria y Palencia

Cantabria infinita, dicen. Amistad infinita, decimos. Viajamos sin planes, salvo visitar a buenos amigos. Y, así, hemos disfrutado de siete días maravillosos, en lugares naturales magníficos y súper recomendables. Pincha en las fotos para verlas más grandes. Aquí van mis sugerencias.

Los primeros días los pasamos en una cabaña de un barrio de Vega de Pas, tras una ruta por carreteras recónditas y pueblos desconocidos, por al menos 6 provincias del norte de España. El último tramo fue un puerto de montaña escondido tras la boira preta, que dio paso a un vergel de naturaleza plena, un entorno húmedo podado por rumiantes trashumantes, que pastan de prado en prado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante dos días, comimos, jugamos y reímos. La parte gastronómica hay que comentarla, porque hubo gazpacho y ensaladas llevadas de la huerta del Ebro, pero también cocido montañés, chuletón, alubias, pimientos con anchoas, sobaos y cremas pasiegas. Para bajar tan nutritivas comidas, paseamos por el entorno más próximo, entre ríos y arroyos maravillosos, cascadas de hadas, helechos, gordolobos, avellanos y endrinos. Visitamos el Túnel de la Engaña, del inacabado ferrocarril Santander-Mediterráneo, obras abandonadas en las que Franco esclavizó a presos políticos. Confraternizamos con pastores pasiegos, productores de arándanos Agora Berries, artesanos y hosteleros. Tomen nota también del restaurante La Terraza en Vega de Pas. Buena gente. Nos perdimos por las eras, nos bañamos en la fabulosa y templada cascada de Guarguero. Mención especial para Pilar del Refugio de Castro Valnera, tomen nota para comer allí. Disfrutamos a tope.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los dos siguientes días estuvimos más al norte, alojados en La Joyuca del Pas, hotelico con encanto, ideal para dormir bien en habitaciones preciosas y gozar de lo sencillo, regentado por Eva y Aitor que nos trataron fenomenal y nos dieron unos desayunos y cenas estupendos. Nos bañamos en la playa del huevo frito, repleta de gente en un día soleado, en un paisaje de dunas, calas, acantilados y prados. Comimos en Liencres, en Bellota y Garnacha, anoten el sitio. Bien bueno. Cogimos el tren hasta Santander, para caminar por todas sus calles, el parque de la Magdalena, la playa del Sardinero, con paradas en los parques infantiles y en los helados Regma de mantecado, avellana o queso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Echamos un día en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno y nos gustó más de lo que esperábamos. En un ecosistema de la cornisa cantábrica han distribuido zonas para gorilas, tigres, elefantes, avestruces, jirafas, cebras, leones, jaguares… que puedes ver súper cerca, a tu ritmo, el tiempo que deseas en cada lugar. Disfrutamos mucho de los viajes en teleféricos, emocionante experiencia para vislumbrar desde las playas de Santander a los Picos de Europa y, prou que sí, muchísimos animales a vuelo de pájaro.

 

Los últimos tres días de nuestro viaje fueron en Santa María de Redondo, donde nuestros amigos Socorro y Esteban han convertido una casa familiar en el Hotel Rural Las Encinas. Conocemos a esta pareja desde hace veinte años por su restaurante zaragozano La Retama, todo un referente de la comida vegeteriana y ecológica. En las montañas palentinas han llevado su magia gastronómica, en un lugar que han rehabilitado con criterios de bioconstrucción hasta conformar un espacio magnífico, con habitaciones comodísimas, un amplio jardín con vistas espectaculares y un restaurante cuidado y sensacional en el que todos los días puedes elegir un menú suculento de ensaladas, purés, legumbres, pizzas, hamburguesas, crepes, bizcochos, panes, frutas… ¡una maravilla!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Desde este pequeño pueblo de ganaderos de ovejas y vacas salen distintas rutas muy recomendables. Os cuento los paseos que dimos: hasta el nacimiento del río Pisuerga en la cueva de la Fuente Cobre, una ruta perfectamente señalizada y muy asequible, por la Peña Labra, a unos 1.600 metros de altitud entre hayas y robles, enebros, brezos, romeros y arándanos, zona de osos pardos, ciervos, jabalíes y lobos, en la que el silencio era el protagonista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Desde el Mirador de Piedrasluengas se goza de unas espectaculares vistas de los Picos de Europa, la Sierra de Peña Sagra y la Cordillera Cantábrica. Desde allí comencé la Senda de los Rojos, no señalizada pero recordada porque fue lugar de paso, de resistencia, de contrabando y de subsistencia. Es un camino muy majo por bosques de encinares, alcornocales, robledales, hayedos y abedulares hasta el Collado de Pelapotros, una travesía entre Palencia y Cantabria. Solitario de personas, tan solo me crucé con vacas en extensivo y caballos salvajes. Unas vistas increíbles en una zona de osos pardos, que no tuve el placer de encontrarme.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El último día caminé al Ribero Pintado, por una senda de ganado que dejaba atrás una antigua explotación minera, un paseíco muy agradable hasta esta curiosa formación geológicas de distintos colores, un original espectáculo de la naturaleza. La vuelta, circular, por un bosque junto al arroyo Varga, por la que solo vi caballos salvajes y ciervos. Una gozadica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luego hemos visitado el Bosque Fósil desde el pueblo de Verdeña, donde hubo una explotación de carbón que dejó descubrir este paleosuelo en el que hemos visto las formas geológicas donde hace 300 millones de años hubo árboles helechos. Hemos disfrutado de este paseíco por el valle de Castillería antes de despedirnos con otra estupenda comida en Las Encinas, con la que hemos dicho hasta luego a estos lugares que desconocíamos y nos han conquistado.

Leave a comment

Add your comment here