“¿Lugares que no importan? La despoblación en la España Rural desde 1900 hasta el presente” de F.Collantes y V.Pinilla
En mis manos, un libro muy útil para comprender la evolución de nuestros pueblos, los de menos de 10.000 habitantes, en el último siglo. Un estudio completo, basado en datos demográficos y económicos, con abundantes tablas y gráficas comparativas entre las diversas geografías. Una mirada amplia al mundo rural español, con referencias históricas y políticas, pero sin caer en falsos mitos que los autores, desde su punto de vista, argumentan.
Recomiendo esta lectura en un momento en el que la España Vacía o Vaciada y la despoblación está en boca de muchos medios, foros e instituciones. El titular con el que me quedo es que no hacen falta “más” políticas, sino políticas “mejores”. Y la reivindicación más clara es la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, aprobada en 2007, pero enterrada en un cajón por los gobiernos de PP y PSOE. Coincidimos en que, hasta hoy, es el marco normativo más útil para resolver algunos de los problemas de nuestros pueblos. Las soluciones solo vendrán de abajo, con la participación de la gente que vivimos en pueblos.
El desafío más importante, negado durante décadas en favor de un desarrollo urbano, es la diversificación económica y la accesibilidad a servicios públicos de calidad. El mundo rural no es solamente la agricultura. Y, aún así, la reforma de la Política Agraria Común debería caminar hacia planes de desarrollo rural sostenibles que se hagan desde abajo, desde la ruralidad, trazando líneas de acción a nivel comarcal, para agrupar municipios pequeños que pueden compartir puntos de vista, proyectos e identidades.
El campo no puede ser tan solo un complemento de la ciudad, para producir alimentos, para segundas viviendas o para turismo rural. En nuestros pueblos se pueden desarrollar todo tipo de actividades con igualdad y equidad de acceso a servicios básicos, así como a infraestructuras de comunicación y movilidad que nos permitan conectarnos. No hace falta inventarse mucho más.
En estas ideas (expresadas con mis palabras) inciden los autores del libro, que llevan muchos años estudiando la despoblación en la España rural y publicando en la revista del Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales, cuyos postulados son en muchos casos muy válidos. Tal vez yo pondría más énfasis en la responsabilidad política, que a muchos niveles pasan por alto o invalidan, dado que creo que el “capitalismo de amiguetes”, que desde el franquismo hasta hoy ha sido la Marca España, ha definido determinantemente la definición de nuestro territorio. Creo que con una política más democrática, participada desde abajo, transparente y no al servicio de unas élites, las concentraciones oligopólicas y financieras en las grandes ciudades no habrían sido así. De hecho (el libro lo reconoce) en los años de la II República estuvimos cerca de una sociedad distinta, con menos desigualdades a todos los niveles.
Desde una perspectiva histórica y económica, científica podríamos decir, las comparativas entre las distintas regiones europeas y las propias de la cartografía española son quizás las aportaciones más relevantes del libro. La bibliografía que aportan es muy extensa, como para seguir estudiando el tema. Si bien las conclusiones que plasman son certeras, concretas y sencillas de entender para cualquiera. El tono del libro es de un optimismo pragmático y realista, que asume que muchos de nuestros numerosos pequeños pueblos nunca estuvieron muy poblados. Digamos que limitan las expectativas, dentro de un discurso en el que plasman las necesidades y posibilidades de la ruralidad.
Por aportar algo que echo en falta, para animar a seguir estudiando, son datos que acrediten el impacto de grandes infraestructuras como autovías o grandes proyectos empresariales, con respecto a la población rural. En el libro se cuestionan este tipo de iniciativas, pero me faltan constataciones y ejemplos variados.
Apunto otra discrepancia o matización: Los autores reconocen el limitado efecto de generación de empleo en la agricultura. En el actual modelo agroindustrial, de acaparamiento de tierras, mecanización dependiente del petróleo y expulsión de agricultores, esto es así. Pero la agricultura del futuro, tan dependiente de combustibles fósiles finitos, deberá ser con muchos más agricultores o no será. Es mi opinión y es por lo que luchamos, una agricultura con más trabajadores en el campo, que también sirvan para impulsar esa necesaria diversificación con la transformación de alimentos, servicios y trabajos relacionados.
La fuerza de atracción urbana actualmente es enorme, incluso con el surgimiento de urbanizaciones “dormitorio” (que yo no definiría como “pueblo”), pero siguen surgiendo diversas iniciativas de demuestran que lo rural, sin idealizaciones ni mitificaciones, también gusta. Nuestros pueblos son y pueden ser lugares maravillosos donde vivir y desarrollarnos plenamente como personas libres, dignas y felices. En un contexto de cambio climático (cuestión en la que se incide muy poco en el libro), los pueblos no solo importan sino que serán lugares necesarios y preciosos para otras formas de mucho más acordes con las posibilidades humanas en el siglo XXI. Algunos ya escribimos desde el pueblo y esperamos que nuestras hijas puedan seguir haciéndolo. ¡Salud!