Evitemos los peores años de nuestras vidas

El viernes 25 de octubre de 2024, se publicó esta tribuna de opinión en El Periódico de Aragón:

No seré yo quien arroje un discurso pesimista. Alejado de los populismos de la anti-política, del “todos son iguales” y del “no hay nada que hacer”, el futuro está en nuestras manos. Con consciencia y claridad, hemos de reconocer que nuestro presente es dramático. Tapar los ojos para no ver fantasmas puede servir para un rato, pero la realidad está ahí, cada vez más cerca, llamando a nuestras puertas.

De una parte, millones de personas sufren hoy guerras, hambre y miseria. Las desigualdades del mundo nos deberían hacer temblar, compadecernos, activar nuestra solidaridad. Nuestro principal reto es la paz y la justicia, la exigencia de una sociedad global en la que podamos vivir con seguridad e igualdad. Parar el fuego, abandonar el “ojo por ojo”, defender a las víctimas, frenar a los verdugos, cortocircuitar el negocio de la guerra, proteger la vida, debería ser nuestra principal proclama.

Mientras las derechas permean sus arengas racistas y belicosas por doquier, la vida cotidiana en nuestros barrios y pueblos es la que nos determina las prioridades. Y ahí radica nuestra posibilidad: en participar, desde el tejido asociativo, los movimientos sociales y la política, para lograr mejorar los trabajos, subir salarios, reducir jornadas, ganar en salud y en estabilidad; que todas las personas dispongan de una vivienda digna; y que la educación y la sanidad pública nos atiendan con calidad.

Cuando uno pasa hambre, no tiene sustento o sufre violencias, es complicado mirar más allá. Por eso es tan relevante intervenir, participar, incluso votar. Para no dejar la política en manos de una élite al servicio de los poderosos, esos que nunca veremos en nuestras calles y que dictan con su avaricia los designios del mundo… ¡si no les paramos los pies!

Este sistema turbo capitalista, depredador y caníbal, está destrozando los sustentos de la vida misma: la naturaleza, los ecosistemas, la biodiversidad, el agua potable, la tierra fértil. Su codicia es insaciable. La comunidad científica lleva años informándonos de que ya hemos superado algunos de los límites planetarios. Es decir, que la acción humana destruye la vida en la Tierra de forma acelerada. Nos avisan de que ya estamos entrando en una situación de no retorno. Y esto, irremediablemente, tiene que ver con todo lo anterior.

Por eso algunas personas nos implicamos en las luchas por la paz en Oriente Próximo, en la marea verde por la educación pública, en defensa de la sanidad o por una movilidad sostenible y, también, en la defensa de la naturaleza. Sabemos que no hay planeta B al que acudir, que no habrá milagros tecnológicos para salvarnos y que a gobiernos y empresas hemos de imponer normativas que impidan que unos pocos destrocen todo y podamos trabajar, producir y consumir en armonía con el medio ambiente.

Sin embargo, al igual que los discursos de odio, machistas y xenófobos, de los Trump, Meloni, Abascal o Feijoo, las políticas antiecologistas abundan. En Europa, Von der Leyen lidera una peligrosa corriente que pretende hacernos retroceder en materia ambiental. En vez de asumir el reto colectivo de transicionar hacia modelos más sostenibles, que nos permitan vivir mejor, repartir la riqueza y frenar una espiral suicida, en los últimos meses no son pocos los nefastos retrasos y recortes anunciados por la Comisión Europea: pretenden retrasar el reglamento para frenar la importación de materias primas que proceden de la destrucción de bosques, permiten cobrar las ayudas de la PAC saltándose condicionantes agroambientales como la rotación de cultivos o el barbecho, prorrogan el uso de venenos tóxicos como el glifosato, retrasan la aprobación del Reglamento para la Restauración de la Naturaleza o desprotegen al lobo.

Por detallar lo que más conozco, cada dos segundos se destruye un bosque del tamaño de un campo de fútbol. ¡Solo en un año se quema o tala una superficie forestal tan grande como casi 3 veces Aragón!

Por contra, la consulta ambiental más participada de la historia de la Unión Europea fue precisamente para pedir que se legisle y protejan los bosques del mundo. Más de un millón de europeos exigieron y reclaman que se actúe, en este tema concreto, y en muchos más. Si pensamos que las mismas empresas multinacionales, fondos de inversión y bancos que están provocando la mayor destrucción de la biodiversidad y una aceleración del cambio climático sin precedentes, van a ser protagonistas de la transición y los cambios que queremos, estamos muy equivocados.

Cojamos las riendas y evitemos los peores años de nuestras vidas.