“Como las Grecas” de Bob Pop
Puede leer este libelo en lo que dura una lavadora. Doy fe. Programa corto. En este ensayo sobre “¿Por qué nos emborrachamos así?” el periodista Bob Pop aborda su relación con el alcohol y reflexiona junto a sus amigos de la relevancia del alcohol en la vida social.
Parece que este es un tema “de moda”. Aunque al mismo tiempo es un asunto que siempre ha estado aquí. Intuyo que cada quien lo afronta desde sus experiencias personales, en un mundo en el que es casi imposible no tener un contacto directo con el alcohol desde la adolescencia. Mi intención en este caso no es solo reseñar el librico, sino compartir a partir de las vivencias de Bob Pop las mías propias. Sin ánimo ninguno de asentar cátedra, sino de aportar diversos puntos de vista.
Bob Pop nos cuenta que se ha puesto como las Grecas, es decir, que en momentos de su vida ha consumido mucho alcohol en sus relaciones sociales, sexuales, intelectuales y fiesteras. Y que de un tiempo a esta parte, consume de forma más moderada. Tiene que ver el desarrollo de su enfermedad diagnosticada, la esclerosis múltiple, y cierta estabilidad emocional (por lo que cuenta).
A partir de ahí y con frases intercaladas de Peter O’Toole, Gloria Fuertes, Dorothy Parker o Maruja Torres, entre otras, Bob Pop habla de la borrachera como el juego entre caernos y que alguien nos sostenga; los pedos para cambiar la percepción de tus sensaciones, de la realidad y de las personas que te rodean; beber para perder la vergüenza a la hora de ligar; para romper los cánones establecidos o incluso como autoprofecía cumplida para ser peores.
Hay de todo eso y mucho más en esto del alcohol, pero Bob Pop no se adentra en el acoholismo. Me quedo con las preguntas de uno de sus amigos: “¿Por qué asociamos esos momentos de placer y de amistad y de buen rollo con el alcohol? ¿Por qué no podríamos tener esta conversación con un vaso de agua?”.
Y aquí entro yo y respondo. Sí, podríamos y podemos. Hablo desde mi experiencia. El 23 de agosto de 2023 dejé de beber alcohol. No de forma premeditada ni como propósito de inicio de un nuevo curso. Tampoco después de una borrachera. Quise estar unos días sin beber alcohol, tras unos meses de verano de muchas cervecitas cada tarde… y hasta hoy. China chana, día a día, me he convertido en un abstemio, una persona que no bebe alcohol. Tampoco consumo otras drogas.
Y, sí, tengo conversaciones maravillosas. Y muchos momentos de placer, amistad y buen rollo sin alcohol. Podemos irnos de fiesta, botar en conciertos, bailar hasta el amanecer y gozar junto a otras personas compartiendo una infusión, un refresco o una taza de chocolate caliente. Anoche mismo.
También hay quien disfruta mucho con una copa de vino o una cerveza. Y no seré yo quien demonice el consumo de alcohol. Cada quien que consuma lo que considere. Pero en esta sociedad nuestra (que es la que conozco), se bebe mucho más por imposición, por conveniencia social, por inercia y por costumbre. Y también por típicos tópicos que son falsos. Ni te diviertes más bebiendo alcohol, ni ligas más, ni eres más simpático, ni más ocurrente. Esa es tu percepción cuando consumes alcohol. Pero la realidad no siempre es esa.
Puedes pasártelo fetén bebiendo y sin beber. Cualquiera que me lea dirá: obvio. Pero detrás aparece el alcoholismo y todo lo que encierra el consumo incontrolado de alcohol: las vidas destrozadas por adicciones incontroladas, la violencia que conlleva (accidentes de tráfico y peleas, sobre todo), su uso como paralizador de la actividad transformadora, problemas mentales y emocionales, en la salud física y un largo etcétera.
Acabo ya y también con una frase de Carrie Fisher: «La verdadera libertad es vivir sin la necesidad de un vaso en la mano.»